La vida, como
el arte, se reinventan a sí mismos cada día. El mundo de la creatividad se
convierte en un factor sorpresa muy grato, que en medio de tiempos difíciles,
también para el arte, nos confirma que el mundo está vivo, la vida sigue y cada
día alguien se atreve a presentarnos algo con lo que sueña, llevando sus sueños
a la práctica, a la creación en un difícil esfuerzo. Belén Miguel se asoma
tímidamente, pero con fuerza al complejo mundo de la escultura; ¿pero es
escultura su obra? ¿Son sus mujeres blancas entre asombradas y erguidas
esculturas? ¿O son parte de una instalación?
Belén me ha
contado que parte de viejos maniquís del mundo del escaparate y de la moda,
maniquís que han quedado obsoletos y que, mediante un largo proceso, los va
cubriendo de telas rizadas de cuerdas, de elementos textiles, que dan
corporeidad y misterio a sus obras. Viéndolas, todos los siglos del arte están
presentes, Grecia, Roma, la Italia renacentista de las brujas y saltimbanquis,
con sombreros de cuernos, y también el oscuro medievo, con sus tocados largos,
donde la mujer más que embellecerse se escondía. Un poeta atrevido ha escrito
sobre tus musas diciendo que bailan "sonidos de danza alegre", yo sin
embargo las veo figuras quietas, hieráticas, detenidas en el tiempo como si las
hubiera sorprendido un flash atemporal, que terminará por detenerse en Grecia.
Con sus korés arcaicas cubiertas de largos peplos y rizadas trenzas. Hay en
algunas esculturas de Belén algo que regresa de la vieja Hélade clásica o de la
Roma Imperial también.
"Caminante,
no hay caminos", la artista experimenta con el suyo que creo que ha sabido
encontrar, pero como comienza su singladura dificultosa, le digo en un tono
bajo que "se hace camino al andar". Es decir, hay que preservar en
este hermoso juego creador que ha inventado, matizar, corregir texturas, tonos,
intenciones. La inquietud y la sorpresa que crean sus obras ya lo han
conseguido y pienso que sus blancos sueños pueden llegar muy lejos.
Firmado:
Eduardo J. Bru Celma
Crítico de
Arte